domingo, 3 de noviembre de 2013

Memorias de una vida


Respiró profundamente,
memorias de una vida.
Y soñó quedamente,
soñó que vivía.

Creció solo en un mundo
donde no era bienvenido,
su madre muerta en un accidente absurdo,
y su padre siempre bebido.

Dicen que fue por eso,
que anduvo por el mal camino.
Alcohol, drogas y excesos,
que le hacían sentirse vivo.

Nunca tuvo muchos amigos,
y los que consiguió, no los mantuvo.
Solo en el frío,
entre nubes de niebla y humo.

Pero todo eso cambió,
cuando la conoció a ella.
Inundó su mundo de color,
y espantó a las tinieblas.

Le hizo creer que podía,
cambiar, tener fe, liberarse,
forjar una nueva vida,
donde no existiera el antes.

Pero el pasado siempre acecha,
esperando paciente el momento,
buscando una brecha,
para destrozar todos los sueños.

Tal vez fue por dinero,
tal vez por envidia;
pero una noche en medio del silencio,
le atraparían sus pesadillas.

Solo hizo falta un disparo,
de una sombra en medio de una calle vacía,
nadie vio el resplandor claro,
de una historia que se diluía.

Respiró profundamente,
memorias de una vida.
Cayó silenciosamente,
mientras la sangre fluía.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Gabriel

Mi querido Gabriel:

Te necesito. Tanto que no sé cómo vivir sin ti. Mi corazón se olvidó de cómo latir, mis pulmones de respirar, y ya no puedo recordar lo que era ser feliz.
Siento que me ahogo en un mar turbulento de grises aguas, que me hundo en un pozo sin fondo. Soy como un intérprete que no consigue rememorar la últimas palabras de la función. Como un navío sin capitán que lo guíe. Desde que te marchaste perdí el rumbo, y únicamente quiero permanecer aovillada en la oscuridad, esperando. Algo, un milagro, una estrella fugaz, un destello que ilumine mis tinieblas. Mas eso no llega, nunca llega. Y yo me marchito entre mis lágrimas, mientras me pregunto si yo pude haberlo evitado. Si yo pude haberte retenido. Sin embargo tú diluíste entre mis brazos. Hice todo lo que estaba en mi mano y, aún así,  fue en vano. Ella te llamó y tú corriste a su encuentro, mordiendo su anzuelo, cayendo en sus redes. ¿Tanto deseabas abrazarla que no pudiste despedirte? Partiste sin siquiera volver la vista atrás. ¿Acaso no me oíste gritar invocando tu nombre una y otra vez? ¿Era tan insignificante para ti lo que dejaste atrás? No puedo creerlo, no quiero creer eso. Prefiero pensar que ella te encantó, y tú no tuviste verdadera elección. Así parece hacerse más liviana mi carga, porque, ¿cómo levantarme cada mañana sabiendo que me abandonaste libremente, que yo no te importé lo suficiente como para quedarte?
Supongo que debería sentirme desolada, furiosa, traicionada, mas, realmente, no soy capaz de sentir nada. Solo noto un gran vacío en mi pecho, como la última pieza de un puzle.
Todos los días, con las primeras luces de la aurora y tras una noche sombría, trato de rememorar tu rostro, tus sonrisas, tu forma de caminar. Sin embargo, mis recuerdos de ti se van difuminando lentamente, como la caída del telón al final de la función, igual que se desvanecen las últimas notas de un violín al concluir esa fúnebre obra. Yo desearía no olvidarte, pero aún estoy tambaleándome bajo la premura de tu partida. Tratando de no caer al abismo que se extiende más allá de lo que mi vista puede abarcar. Oscilando en la fina línea que separa la cordura de la locura.
Y ahora, sentada frente a la lápida de tu tumba, contemplando estos verdes paisajes que una vez admiramos juntos, no sé si las lánguidas gotas que surcan mis mejillas son mis lágrimas silenciosas o solo la fría lluvia.

domingo, 4 de agosto de 2013

Es verano

La hierba acaricia la palma de mi mano cuando enredo los dedos en sus verdes tallos. El sol caldea el ambiente con sus pesados rayos de oro. Cierro los ojos y huelo a verano, a alegría, a una inexplicable sensación de juventud colectiva.
Desde debajo de la fresca sombra que me proporciona una sombrilla, alcanzo a oír los chillidos de júbilo de los niños que juegan y chapotean en la piscina. Sus madres presumen de ellos en voz alta con sus amigas. Yo me imagino su sonrisa orgullosa pero tierna. Escucho también a unas cuantas señoras mayores que intercambian chismes y cotilleos. Y mientras, mis amigos ríen a mi lado. Siguen jugando a las cartas, creo.
 En ocasiones, me da la sensación de que se juegan algo, porque sus gritos de indignación o regocijo estallan en mis oídos de vez en cuando. Sin embargo, cada vez que acaba la partida, sus carcajadas resuenan sin preocupaciones.
— ¡Oye! ¿Vienes a bañarte?
Abro los ojos y veo que se refieren a mí. Aún no se ha secado mi bañador, pero qué más da, ya estoy lista para otra sesión de ahogadillas.
— ¡Claro que sí!
Es verano.

sábado, 29 de junio de 2013

Carta a mí misma 1: Una idea absurda

Extraña yo:

Con esta carta comienzo lo que espero sea una larga serie de las mismas, escritas en cualquier rato de aburrimiento mortal. No espero que esto pase a la posteridad, pero tal vez consiga aprender algo releyéndolas. En principio debería tratarse de un conjunto de enseñanzas, una por carta, o incluso alguna anécdota destacable.
En este primer intento, no quiero narrar nada, sino explicar el fucionamiento y el por qué de esta absurda idea. Creo que ya lo he dejado bastante claro, pero, por si acaso, lo resumiré. Cada carta contendrá una vivencia, un recuerdo, algo de lo que haya aprendido alguna cosa importante. Tal vez así deje de cometer los mismos errores una y otra vez. Estoy un pelín cansada de tropezar con esas piedras (que ya deben odiarme) fácilmente esquivables.
¿Y a qué viene todo esto con mi edad? Pues yo, para tener tan poca vida a mis espaldas, he demostrado se capaz de provocar y desencadenar semejantes desastres que ríete tú de la erupción del Vesubio. No sé exactamente cómo me las apañaré que me enredo en unos líos, ¡y lo peor es que ni los veo venir!
En fin, espero no aburrirme (ni a cualquiera que pueda leer estas líneas) así que narraré todo del modo más claro y conciso posible. Supongo que entonces ya está todo dicho, ¿no?
Pues me despido,
                            muchos besos extraños:

Sinister


viernes, 28 de junio de 2013

Contratiempo: Prólogo

Los que ya habéis leído alguna entrada mía sabréis que me gusta presentarlas para evitar confunsiones comprensibles. Esto que vais a ver a continuación es el prólogo de una novela en construcción escrita por mí, llamada "Contratiempo" Espero que os guste. Ah, y no olvidéis comentar lo que sea (a cualquier escritor le gusta saberse escuchado, o leído).

Prólogo

La farola del callejón titilaba y los tacones de Shelley resonaban sobre el suelo mojado. Era una noche fría, silenciosa. Si no hubiese estado tan colocada se habría preguntado por qué no se oía siquiera el familiar ruido del tráfico. En realidad, y a pesar de ser la alborotada festividad de Halloween, los niños parecían haberse atrincherado en la seguridad de sus casas. Se respiraba cierto ambiente de intranquilidad, como si el mundo esperase...algo.
Una ráfaga de viento sacudió los cabellos pajizos de Shelley "¡Diablos! ¡Qué frío!" pensó ella "Es igual, otra noche como esta y podré pagarle el alquiler. ¡Maldito viejo borrachuzo!"
La bombilla se fundió finalmente y Shelley tropezó en la oscuridad. Cayó sobre el helado pavimento destrozado y maldijo en voz baja. Quizá por eso no alcanzó a ver la estrella fugaz que, como ella, se desplomó en medio de la negrura de la noche.
Ya había conseguido meter todas sus pertenencias en el maltrecho bolso e iba a levantarse; cuando, y sin saber muy bien por qúe, comenzó a llorar desconsoladamente. Goterones de rímel y lápiz de ojos surcaban su rostro al compás de sus lágrimas. Ella nunca había querido nada de esto, por supuesto que no. Y ahora se veía atrapada en esta basura. Si por lo menos... Si al menos...
Una cegadora luz se desató en el callejón mojado, solo visible para los rojos ojos de Shelley.
- ¿Qúe diablos? - exclamó alzando su cara ennegrecida e intentando distinguir mejor la figura oscura que se alzaba en medio de la blancura.
- No, no, cielo. Yo soy un ángel.
Shelley se tomó unos segundos de desconcierto y rompió a reír histéricamente al tiempo que nuevas lágrimas rodaban por sus mejillas.
¡Ahora estaba loca! ¡Loca! No, no, no... Debían ser las pastillas... Sí, eso era... El muy capullo se las había vendido contaminadas.
- Tus pastillas no tienen nada que ver. Soy completamente real. Y soy un ángel.
- Un ángel. ¡Un ángel! ¡Ge...genial! - hipaba ella - ¿Qúe más? No estoy loca. No estoy loca. ¡No puedo estar loca! Tengo demasiado que hacer. No... no...
- Eso es cierto, tienes mucho por hacer aún. De hecho, he venido a pedirte un favor.
- Un favor... Esto no puede ser real... Yo...
- ¡Sosiégate! Es imposible conversar contigo si te encuentras tan agitada.
Inmediatamente Shelley sintió una paz que invadió todos los recovecos de su alma. Todo cobraba sentido ya. Por supuesto que era un ángel. Y ella le ayudaría.
- ¿Qué puedes querer tú de mí?
- Verás, estoy aquí para realizar un cometido de suma importancia. Lo que sucede es que necesito un cuerpo humano que me albergue.
Aquello no tenía sentido... Pero si ella lo decía debía ser cierto. Shelley no sabía cómo había llegado a la conclusión de que era un "ella". Tal vez fuese su cercanía al hablarle, como solo puede hacerlo una mujer con otra.
- ¿Y por qué yo? Es decir, es un honor, pero yo...
- Cielo, tú eres especial. Solo unos pocos humanos pueden contenernos sin quedar reducidos a cenizas. Tú eres una de las elegidas.
- ¿A cenizas? ¡Dios santísimo!
- No te preocupes, ya te he dicho que tú no eres como ellos.
- ¡Oh! Yo... ¿Y no podrías hablarme de esa misión tan importante? - preguntó Shelley en un instante de lucidez.
- Lo cierto es que no. Es un asunto delicado... Por eso te he escogido, pensé que al ser tan singular...
La cabeza de Shelley no se encontraba en su mejor punto. Todo eso de la misión secreta le sonaba algo raro. Pero por otra parte... Ella era especial, se lo había dicho... La necesitaba...
- ¿Qué tengo que hacer?
- Solamente decir que sí.
Su mente no cesaba de mandarle furiosos destellos, tratando de librarse del embotamineto, mas cada vez que parecía aclararse volvía la neblina.
- ¿Me dolerá?
- Tal vez... Sin embargo recuerda que preciso de ti para llevar a cabo la voluntad de Dios. Serás gratamente recompensada.
- Entonces sí, ¡sí!
La luz brilló más, hasta engullirla, y en su último coletazo de claridad Shelley solo pudo articular un pensamiento coherente mientras la arrastraba un dolor tan intenso que la rompió en pedazos. "¿Qué he hecho?"
La conciencia de Shelley se diluyó en contacto con el aura del ángel. En realidad, hubo unos instantes eternos en los que podría haberla retenido, pero no hizo nada por remediarlo. Al fin y al cabo, ¿qué importaba? Viajaría al Cielo y allí estaría mucho mejor que con su vida actual.
El cuerpo abrió los ojos mientras la farola volvía a titilar y se levantó tambaleante del suelo mojado. Estiró los músculos, regodeándose con la inmediata curación de sus rodillas desolladas. El viento le agitó los cabellos, que comenzaban a rizarse como nunca antes y a tornarse rojos como el fuego. Con un gesto de su mano, hizo desaparecer el desastrado maquillaje que cubría su rostro, también cambiando lentamente. Los ojos, ahora de un color indefinido, parpadearon aliviados por la ausencia del escozor que provocaba la pintura.
- Estúpida humana - habló el cuerpo con voz clara y algo cantarina - Solamente es preciso adularlos un poco y su vanidad hace el resto. Problamente me halla ganado una reprimenda allí arriba, pero no alcanzo a sentirme culpable. Estaba desperdiciando la vida que nuestro Padre le había regalado, y si hubiese permanecido aquí me hubiese ocasionado numerosos contratiempos. Sí, es mejor. Así, al menos será útil.
Comenzó a caminar. Había algo de verdad en sus palabras, era un ángel y tenía un cometido que cumplir.

lunes, 25 de febrero de 2013

Proyecto de Febrero: Fuera de lugar


c) Escena: Una fiesta de graduación. Elementos fuera de lugar: un tractor, un biberón y un sable.

Andrea estaba nerviosa, llevaba años esperando este momento. ¡Por fin iba a graduarse! Todo debía salir perfecto, tenía un vestido maravilloso, había ido a la peluquería y su madre había consentido en prestarle todo su neceser de maquillaje. Nada podía ir mal, ¿no? Bueno, excepto los dichosos zapatos de tacón que la hacían andar como si estuviese borracha y le producían un dolor de mil demonios. Daba igual, era su momento y pensaba disfrutarlo.
—¡Mamá! ¡Voy a llegar tarde! ¿Podemos irnos ya?
—¡Sí, sí! ¡Michael, Nico! ¡Por el amor de Dios, no os revolquéis en el suelo! ¡Con lo guapos que vais!
—¡Mamá! ¡Date prisa!
—Hala, vámonos.
—¡Aleluya!
Subieron los cuatro al coche: Andrea, su madre, Michael y Nico. A Andrea no le hacía ninguna gracia que tuviesen que venir, seguro que solo armarían escándalo. Para colmo de males Michael parecía incapaz de dejar de descargar mandobles al aire con su nuevo sable de juguete. El crío la pinchó, lanzando un penetrante grito de guerra.
—¡Estate quieto de una vez!
Andrea miró hacia atrás y Michael le sonrió con cara de angelito. Nico, mientras tanto, estaba ocupado bendiciendo todo el coche con el agua de su biberón.
—¡Mamá! Nico está poniendo todo perdido.
—Niños, parad quietos un ratito por favor.
Para cuando por fin llegaron Andrea se sentía a punto de estallar. Le había quitado el sable Michael, que ahora estaba enfurruñado, y Nico berreaba porque a él le había confiscado el biberón. Salió del coche deseando alejarse todo lo posible de esos críos insoportables.
—Hola Andrea.
Ella rió como una boba; era Nick, el guaperas del que andaban medio enamoradas todas las chicas de la facultad. ¡Y sabía su nombre!
—Ho...Hola.
—¿Qué haces con eso?
Andrea miró sus manos, en las que se encontraban los trastos de sus hermanos pequeños y se puso roja como la grana.
—¡Oh! Yo... No son míos... Es que...
—¿De tus hermanos?
—¡Sí!
—¡Qué ricos!
—Sí, ¡son adorables!
—Bueno, adiós, ya te veré luego.
—A...Adiós.
¡Qué vergüenza! Iba a matar a esos mequetrefes.
—¡Andrea!
Eran sus amigas. ¡Qué bien! Ya todo iría perfectamente. Se dirigía hacia ellas cuando tropezó con algo y cayó sobre una de las mesas de aperitivos. Agarró el mantel, que se vino abajo junto a ella, y cuando pensó que no había forma de que fuera peor, el rosado ponche la duchó, dejándola completamente empapada. Ya en el suelo y chorreando echó un vistazo al objeto causante de todo este ridículo. ¡Era un tractor de juguete! Sí, definitivamente, las cosas ya solo podían ir a mejor...

Sinister

domingo, 3 de febrero de 2013

Prefacio

Hoy decido comenzar este blog, con intenciones poco claras, pero ilusiones múltiples. Tal vez lo único que pueda ver es la necesidad de compartir mi mayor pasión. Porque, ¿de qué me serviría si no?
Pero perdonadme, aún no sabéis nada de mí y ya os estoy confundiendo. Soy Sinister, una joven escritora con la cabeza llena de colibríes e historias. Sé que es una descripción un poco atípica, sin embargo no concibo mejor manera de explicaros quién soy.
 Cualquiera diría que ni yo misma sé lo que estoy haciendo, y no iría demasiado desencaminado, sin embargo, opino que si no me arriesgo jamás lograré nada. Por eso estáis leyendo esto, mis esperanzas, sueños, ilusiones, y locuras varias. Porque para mí, eso son mis libros, una de las mejores maneras de expresarme que conozco.
Veréis, este blog aspira a ser algo así como un libro de cuentos como los que nos leían nuestros padres de pequeños. No me refiero a que mis historias sean infantiles, sino a que es una recopilación de relatos con poco que ver entre sí pero magia a raudales. Para ello iré colgando en esta página mis libros, con la esperanza de que os apetezca leerlos y compartir conmigo vuestras impresiones. No puedo prometer ser muy regular, aunque intentaré subir dos capítulos al mes. También espero que sepáis perdonar mis errores, y que, si queréis, los corrijáis. Como ya he dicho, soy bastante joven, así que cualquier crítica será bien recibida.
Creo que no debería alargarme más o corro el riesgo de que os canséis de mí demasiado pronto.
Un beso de niebla,

Sinister