domingo, 8 de septiembre de 2013

Gabriel

Mi querido Gabriel:

Te necesito. Tanto que no sé cómo vivir sin ti. Mi corazón se olvidó de cómo latir, mis pulmones de respirar, y ya no puedo recordar lo que era ser feliz.
Siento que me ahogo en un mar turbulento de grises aguas, que me hundo en un pozo sin fondo. Soy como un intérprete que no consigue rememorar la últimas palabras de la función. Como un navío sin capitán que lo guíe. Desde que te marchaste perdí el rumbo, y únicamente quiero permanecer aovillada en la oscuridad, esperando. Algo, un milagro, una estrella fugaz, un destello que ilumine mis tinieblas. Mas eso no llega, nunca llega. Y yo me marchito entre mis lágrimas, mientras me pregunto si yo pude haberlo evitado. Si yo pude haberte retenido. Sin embargo tú diluíste entre mis brazos. Hice todo lo que estaba en mi mano y, aún así,  fue en vano. Ella te llamó y tú corriste a su encuentro, mordiendo su anzuelo, cayendo en sus redes. ¿Tanto deseabas abrazarla que no pudiste despedirte? Partiste sin siquiera volver la vista atrás. ¿Acaso no me oíste gritar invocando tu nombre una y otra vez? ¿Era tan insignificante para ti lo que dejaste atrás? No puedo creerlo, no quiero creer eso. Prefiero pensar que ella te encantó, y tú no tuviste verdadera elección. Así parece hacerse más liviana mi carga, porque, ¿cómo levantarme cada mañana sabiendo que me abandonaste libremente, que yo no te importé lo suficiente como para quedarte?
Supongo que debería sentirme desolada, furiosa, traicionada, mas, realmente, no soy capaz de sentir nada. Solo noto un gran vacío en mi pecho, como la última pieza de un puzle.
Todos los días, con las primeras luces de la aurora y tras una noche sombría, trato de rememorar tu rostro, tus sonrisas, tu forma de caminar. Sin embargo, mis recuerdos de ti se van difuminando lentamente, como la caída del telón al final de la función, igual que se desvanecen las últimas notas de un violín al concluir esa fúnebre obra. Yo desearía no olvidarte, pero aún estoy tambaleándome bajo la premura de tu partida. Tratando de no caer al abismo que se extiende más allá de lo que mi vista puede abarcar. Oscilando en la fina línea que separa la cordura de la locura.
Y ahora, sentada frente a la lápida de tu tumba, contemplando estos verdes paisajes que una vez admiramos juntos, no sé si las lánguidas gotas que surcan mis mejillas son mis lágrimas silenciosas o solo la fría lluvia.