sábado, 29 de junio de 2013

Carta a mí misma 1: Una idea absurda

Extraña yo:

Con esta carta comienzo lo que espero sea una larga serie de las mismas, escritas en cualquier rato de aburrimiento mortal. No espero que esto pase a la posteridad, pero tal vez consiga aprender algo releyéndolas. En principio debería tratarse de un conjunto de enseñanzas, una por carta, o incluso alguna anécdota destacable.
En este primer intento, no quiero narrar nada, sino explicar el fucionamiento y el por qué de esta absurda idea. Creo que ya lo he dejado bastante claro, pero, por si acaso, lo resumiré. Cada carta contendrá una vivencia, un recuerdo, algo de lo que haya aprendido alguna cosa importante. Tal vez así deje de cometer los mismos errores una y otra vez. Estoy un pelín cansada de tropezar con esas piedras (que ya deben odiarme) fácilmente esquivables.
¿Y a qué viene todo esto con mi edad? Pues yo, para tener tan poca vida a mis espaldas, he demostrado se capaz de provocar y desencadenar semejantes desastres que ríete tú de la erupción del Vesubio. No sé exactamente cómo me las apañaré que me enredo en unos líos, ¡y lo peor es que ni los veo venir!
En fin, espero no aburrirme (ni a cualquiera que pueda leer estas líneas) así que narraré todo del modo más claro y conciso posible. Supongo que entonces ya está todo dicho, ¿no?
Pues me despido,
                            muchos besos extraños:

Sinister


viernes, 28 de junio de 2013

Contratiempo: Prólogo

Los que ya habéis leído alguna entrada mía sabréis que me gusta presentarlas para evitar confunsiones comprensibles. Esto que vais a ver a continuación es el prólogo de una novela en construcción escrita por mí, llamada "Contratiempo" Espero que os guste. Ah, y no olvidéis comentar lo que sea (a cualquier escritor le gusta saberse escuchado, o leído).

Prólogo

La farola del callejón titilaba y los tacones de Shelley resonaban sobre el suelo mojado. Era una noche fría, silenciosa. Si no hubiese estado tan colocada se habría preguntado por qué no se oía siquiera el familiar ruido del tráfico. En realidad, y a pesar de ser la alborotada festividad de Halloween, los niños parecían haberse atrincherado en la seguridad de sus casas. Se respiraba cierto ambiente de intranquilidad, como si el mundo esperase...algo.
Una ráfaga de viento sacudió los cabellos pajizos de Shelley "¡Diablos! ¡Qué frío!" pensó ella "Es igual, otra noche como esta y podré pagarle el alquiler. ¡Maldito viejo borrachuzo!"
La bombilla se fundió finalmente y Shelley tropezó en la oscuridad. Cayó sobre el helado pavimento destrozado y maldijo en voz baja. Quizá por eso no alcanzó a ver la estrella fugaz que, como ella, se desplomó en medio de la negrura de la noche.
Ya había conseguido meter todas sus pertenencias en el maltrecho bolso e iba a levantarse; cuando, y sin saber muy bien por qúe, comenzó a llorar desconsoladamente. Goterones de rímel y lápiz de ojos surcaban su rostro al compás de sus lágrimas. Ella nunca había querido nada de esto, por supuesto que no. Y ahora se veía atrapada en esta basura. Si por lo menos... Si al menos...
Una cegadora luz se desató en el callejón mojado, solo visible para los rojos ojos de Shelley.
- ¿Qúe diablos? - exclamó alzando su cara ennegrecida e intentando distinguir mejor la figura oscura que se alzaba en medio de la blancura.
- No, no, cielo. Yo soy un ángel.
Shelley se tomó unos segundos de desconcierto y rompió a reír histéricamente al tiempo que nuevas lágrimas rodaban por sus mejillas.
¡Ahora estaba loca! ¡Loca! No, no, no... Debían ser las pastillas... Sí, eso era... El muy capullo se las había vendido contaminadas.
- Tus pastillas no tienen nada que ver. Soy completamente real. Y soy un ángel.
- Un ángel. ¡Un ángel! ¡Ge...genial! - hipaba ella - ¿Qúe más? No estoy loca. No estoy loca. ¡No puedo estar loca! Tengo demasiado que hacer. No... no...
- Eso es cierto, tienes mucho por hacer aún. De hecho, he venido a pedirte un favor.
- Un favor... Esto no puede ser real... Yo...
- ¡Sosiégate! Es imposible conversar contigo si te encuentras tan agitada.
Inmediatamente Shelley sintió una paz que invadió todos los recovecos de su alma. Todo cobraba sentido ya. Por supuesto que era un ángel. Y ella le ayudaría.
- ¿Qué puedes querer tú de mí?
- Verás, estoy aquí para realizar un cometido de suma importancia. Lo que sucede es que necesito un cuerpo humano que me albergue.
Aquello no tenía sentido... Pero si ella lo decía debía ser cierto. Shelley no sabía cómo había llegado a la conclusión de que era un "ella". Tal vez fuese su cercanía al hablarle, como solo puede hacerlo una mujer con otra.
- ¿Y por qué yo? Es decir, es un honor, pero yo...
- Cielo, tú eres especial. Solo unos pocos humanos pueden contenernos sin quedar reducidos a cenizas. Tú eres una de las elegidas.
- ¿A cenizas? ¡Dios santísimo!
- No te preocupes, ya te he dicho que tú no eres como ellos.
- ¡Oh! Yo... ¿Y no podrías hablarme de esa misión tan importante? - preguntó Shelley en un instante de lucidez.
- Lo cierto es que no. Es un asunto delicado... Por eso te he escogido, pensé que al ser tan singular...
La cabeza de Shelley no se encontraba en su mejor punto. Todo eso de la misión secreta le sonaba algo raro. Pero por otra parte... Ella era especial, se lo había dicho... La necesitaba...
- ¿Qué tengo que hacer?
- Solamente decir que sí.
Su mente no cesaba de mandarle furiosos destellos, tratando de librarse del embotamineto, mas cada vez que parecía aclararse volvía la neblina.
- ¿Me dolerá?
- Tal vez... Sin embargo recuerda que preciso de ti para llevar a cabo la voluntad de Dios. Serás gratamente recompensada.
- Entonces sí, ¡sí!
La luz brilló más, hasta engullirla, y en su último coletazo de claridad Shelley solo pudo articular un pensamiento coherente mientras la arrastraba un dolor tan intenso que la rompió en pedazos. "¿Qué he hecho?"
La conciencia de Shelley se diluyó en contacto con el aura del ángel. En realidad, hubo unos instantes eternos en los que podría haberla retenido, pero no hizo nada por remediarlo. Al fin y al cabo, ¿qué importaba? Viajaría al Cielo y allí estaría mucho mejor que con su vida actual.
El cuerpo abrió los ojos mientras la farola volvía a titilar y se levantó tambaleante del suelo mojado. Estiró los músculos, regodeándose con la inmediata curación de sus rodillas desolladas. El viento le agitó los cabellos, que comenzaban a rizarse como nunca antes y a tornarse rojos como el fuego. Con un gesto de su mano, hizo desaparecer el desastrado maquillaje que cubría su rostro, también cambiando lentamente. Los ojos, ahora de un color indefinido, parpadearon aliviados por la ausencia del escozor que provocaba la pintura.
- Estúpida humana - habló el cuerpo con voz clara y algo cantarina - Solamente es preciso adularlos un poco y su vanidad hace el resto. Problamente me halla ganado una reprimenda allí arriba, pero no alcanzo a sentirme culpable. Estaba desperdiciando la vida que nuestro Padre le había regalado, y si hubiese permanecido aquí me hubiese ocasionado numerosos contratiempos. Sí, es mejor. Así, al menos será útil.
Comenzó a caminar. Había algo de verdad en sus palabras, era un ángel y tenía un cometido que cumplir.