miércoles, 27 de agosto de 2014

Contratiempo - Capítulo 1: Los enemigos de tus enemigos

Zach salió de la discoteca con la cabeza convertida un remolino de colores y sombras. Parpadeó desorientado, tratando de enfocar la vista, y abrochó la cremallera de su cazadora.
"Otra noche desperdiciada" pensó entrecerrando sus ojos del color de la azurita. Había salido de casa de mal humor; y ni un par de copas, ni el puñado de chicas guapas que se habían acercado pra ligar con él, habían conseguido levantarle la moral.
El viento helado le azotó, y él compuso una cínica pero cansada sonrisa. Lo mejor sería volver a su apartamento e intentar dormir un par de horas. Aunque claro, eso si las pesadillas consentían en pactar una tregua.
Comenzó a caminar por las oscuras y húmedas calles de la ciudad, tan absorto en sus lúgubres pensamientos, que no prestó atención a la sombra que le perseguía. La neblina nocturna revolvía sus cortos cabellos negros, y el sonido de sus pasos parecía recrearse en el silencio de la urbe dormida.
Para cuando llegó a su bloque, la lluvía volvía a caer del cielo amoratado. Subió por las angostas escaleras, que debían haber visto tiempos mejores, hasta el piso donde vivía. Se detuvo frente a su portal mientras buscaba la llave por sus bolsillos.
― Buenas noches ― resonó una voz gangosa.
El señor Rodríguez había salido al pasillo y miraba le miraba fijamente, con una mueca dibujada en su cara regordeta que pretendía ser una sonrisa. A Zach lo último que le apetecía era mantener una charla con aquel personajillo desagradable. La calva y la nariz, rosadas, le brillaban por las bombillas medio fundidas; y su camiseta, en otros tiempos blanca, parecía armonizar con el mugriento papel pintado de las paredes. El sonido de la televisión, demasiado alta, se colaba desde su salón.
― Buenas noches ― respondió tratando de ser educado.
Se disponía a entrar cuando la voz de su vecino le interrumpió de nuevo.
―  Zacharías, ¿verdad?
― Claro... ¿No me reconoce?
― Por supuesto, por supuesto... ― había algo en su mirada que inquietaba a Zach ― Pero debía asegurarme, ¿no? Coincidirás conmigo en que no puedo ir matando gente sin orden ni concierto.
― ¿De qué diablos está hablando?
― ¿De veras aún no lo has entendido? Voy a matarte, muchachito impertinente. Y cuando haya acabado contigo no quedarán ni huesos para los perros.
― ¡Está loco! ― exclamó un asutado Zach.
Su vecino entrecerró sus pequeños ojos y amplió aún más su sonrisa torcida, haciendo que su cara se asemejase a una máscara deforme. Comenzó a avanzar hacia el muchacho, mientras un enorme cuchillo de cocina,cubierto por una costra rojiza, relucía entre sus manos regordetas. Zach tardó un par de segundos en reaccionar, pero consiguió apartarse de la trayectoria del arma justo a tiempo. Esquivó a duras penas la otra mano de su agresor y se coló en su apartamento de un salto, cerrando la puerta con tal fuerza que provocó una pequeña lluvia de polvo de la pared de yeso. Una vez hubo echado todos los cerrojos, se desplomó en el suelo, con la espalda pegada a la puerta. El corazón le latía tan fuerte que comenzó a pensar si era posible que se saliera de su pecho y estallase. Tenía la respiración demasiado acelerada y sus manos temblaban descontroladamente.
― Joder... ¡Joder!
La puerta retumbó con un golpe, haciendo caer otra avalancha blanquecina de yeso sobre Zach.       
Muchacho... Deberías abrirme. No te va a servir de nadie esconderte. Y no querrás ponerme furioso...
Zach se levantó como un resorte y se revolvió el pelo, intentando calmarse. Qué locura... Qué locura ¿Ábreme! Maldito mocoso malna...
Una voz indudablemente femenina le interrumpió, pero hablaba demasiado bajo  para que Zach pudiera entender lo que decía.
―¡Cómo te atreves a interferir! Vosotros, los áng... ― resonó la furia del señor Rodríguez.
La chica volvió a cortarle, con un murmullo claramente insultante. ZAch pegó su oído a la puerta, intentando entender aquella conversación.
― ...reanimado, por cierto. ¿No pudiste soportar nada mejor?
― Estúpida zorra... ¿Te crees mejor que yo? ¡No eres nada! ¡Tú jamás...!
― Por favor, ¿podríamos saltarnos los preliminares? Me gustaría acabar contigo para poder continuar con mi misión.
El señor Rodríguez dejó escapar un gruñido de rabia y se oyó un pequeño alboroto, como de fuertes golpes. Apenas unos segundos más tarde, un alarido inundó aquel bloque de apartamentos. Acto seguido, unos tacones resonaron por el pasillo hata su puerta.
― Zach, ¿podrías dejarme pasar? ― preguntó aquella voz desconocida.
El muchacho permaneció en silencio, completamente aterrorizado. Tal vez si no hacía ruido ella creería que había salido por la ventana. Cosa que, por cierto, debería haber hecho...
― Sé que sigues ahí. Puedo oír los latidos apresurados de tu corazón. ― Zach apretó su pecho con fuerza, como si así fuese a acallarlos, mientras al otro lado de la madera resonaba un profundo suspiro― Escucha, no pretendo hacerte daño. Además los enemigos de tus enemigos...
Su tono destilaba cierta socarronería que, curiosamente, envalentonó a Zach lo suficiente como para que se atreviese a hablar.
― Le has matado. ¿Por qué?
― Para protegerte.
Se sucedieron unos instantes de absoluto silencio, mientras él se decidía. Finalmente se levantó del suelo, retiró los cerrojos y abrió la puerta. 









miércoles, 21 de mayo de 2014

Vida

La lluvia se descolgaba de los tejados para lanzarse confiada al vacío. Las gotas se veían arrastradas en los remolinos de las fuertes ráfagas de viento que se colaban por las calles de la ciudad.
Él apresuró su paso, contagiado del ritmo frenético de la metrópolis. Por su cabeza sólo pasaban ideas grises. Exámenes, disputas familiares, un futuro incierto...
Iba tan perdido en sus pensamientos que no reparó en el coche que se acercaba a toda velocidad. Oyó el estruendo del claxon y su vida se detuvo un latido. Pasó rozándole, y le alcanzaron los gritos del conductor indignado. Pero a él eso no le afectó, seguía conmocionado, como si se hubiera dado cuenta de lo rápido que se apaga la existencia. Se le ocurrió mirar a su alrededor por primera vez en mucho tiempo y lo vio. Vio un mundo efervescente, lleno de vida, y esperando ser descubierto.
Un trueno se escuchó a lo lejos y con él resonó su risa. Los transeúntes miraron sobresaltados a aquel loco que caminaba bajo la lluvia con una enorme sonrisa en la cara. Ellos no lo entenderían.

sábado, 26 de abril de 2014

Proyecto de abril: El personaje

Ramón retiró la sábana que cubría el cadáver y observó a su "cliente" pensativamente. Un hombre  de unos cuarenta y muchos. Tenía unas facciones poco delicadas, quizá debido a su constitución algo entrada en carnes y una barba de pocos días que comenzaba a blanquear le cubría parte del rostro. Sí, su cara le sonaba vagamente.
Cogió el bisturí y comenzó a tararear una de sus muchas melodías inventadas a la vez que conectaba el cuerpo a la bomba que le extraería la sangre y haría circular por sus venas un caudal de sustancias químicas que preservarían el cuerpo hasta el funeral. Dejó trabajar a la máquina y, mientras tanto, se quedó pensando en aquel hombre que yacía frente a él. No conseguía recordar dónde lo había visto antes. Hizo un repaso de su semana y, al no conseguir ubicarlo, tomó el cuaderno del forense que descansaba sobre la mesita auxiliar al lado de la camilla. Falleció el miércoles dieciséis de abril.  Causa de la muerte: Insuficiencia de oxígeno. Asesinato. Ramón gruñó y volvió a dejar los papeles donde estaban. Se inclinó hacia el cadáver e inspeccionó el cuello buscando... ¡Ahí estaba! Un pequeño hilo amoratado que rodeaba sus garganta justo bajo su nuez de Adán. Era, sin ninguna duda, otra de las víctimas del asesino en serie de Santa Cruz del Valle, un pequeño pueblo perdido en las montañas.
Ramón desconectó la bomba al oír el pitido de la máquina y procedió a arreglar su cara para que se asemejara lo máximo posible a como había sido en vida. Hurgó entre los papeles del pedido de la familia hasta dar con la foto del difunto. La contempló detenidamente, rebuscando en su memoria aquel rostro tan familiar. ¡Ya lo tenía! Su cara se iluminó cuando recordó quién era aquella persona. Cogió el maquillaje y volvió a tararear alegremente mientras se dedicaba al rostro del cadáver. Entre tanto su mente comenzó a divagar sobre aquella noche.
Lo conoció en un pequeño bar, donde el muerto se encontraba bebiendo cabizbajo. Al verlo, ya supo que algo no iba bien con él; pero fue cuando empezó a balbucear que quería morir, que merecía morir, cuando decidió que debía ayudarlo. Esperó a que saliera del local para seguirlo y ofrecerle ayuda. Él, borracho y llorando desconsoladamente, permitió que le apoyara en su hombro y le acompañara hasta su casa. Ramón aún podía recordar su cara de estúpida sorpresa al sentir el nailon del sedal rodeando su cuello. Intentó gritar, pero el fino hilo había oprimido su tráquea y solo pudo emitir un lastimero gemido ahogado. Fue entonces cuando comprendió que iba a morir, y dejó de manotear desesperadamente. Se limitó a mirar fijamente a Ramón, con una mezcla de aceptación y comprensión brillando en sus ojos claros, hasta que cayó al suelo para no despertar.
Aplicó la última pincelada de color a las mejillas del difunto y sonrió satisfecho. Lamentaba que apenas le quedaran unos meses para su jubilación, echaría de menos la ironía de su trabajo. Al final y al cabo, sólo él tenía la oportunidad de devolver la vitalidad a los cuerpos de los que él mismo la robaba.

martes, 11 de marzo de 2014

¿Qué me dices?

El amor no es fácil. Nunca lo ha sido. Es como caer por un tobogán a oscuras sin saber qué hay después. Al principio puede parecerte divertido. Mirar a esa persona tan especial, las mariposas en el estómago, la sonrisa tonta permanentemente dibujada en la cara. Quizá incluso creas que es un enamoramiento tonto y pasajero, que se acabará dejándote indemne.  Pero, eventualmente, te acabarás asustando. Después de todo, ¿quién es esa persona que crees conocer tan bien? De pronto, te das cuenta de que, en realidad, no sabes nada de ella. Se vuelve un completo desconocido de la noche a la mañana.
¿Y ahora qué? ¿Olvidarlo? Lo intentarás, sé que lo intentarás con todas tus fuerzas. Pero nada valdrá, nada será suficiente. Ya no habrá forma de pararlo. Te arrastrará consigo hasta lugares nunca vistos, te hará hacer cosas que nunca creíste posibles, algunas maravillosas y otras innombrables. Aún así no puedes evitarlo y sigues la fuerza de la corriente, incapaz de hablar, pensar, respirar mas que de esa persona.
Por fin, llega el momento definitivo. ¿Es recíproco ese loco sentimiento? No importa. Tú estarás tan atrapado a esas alturas que la respuesta da igual. Tus emociones no se diferenciarán tanto, ya sea una terrible adoración o un odio visceral. Únicamente eres capaz de sentir, con cada minúsculo átomo de tu cuerpo.
Y de pronto, te encuentras con que el fuego se apaga, ya sólo sientes un alivio infinito porque todo haya acabado. Te quedas con una tremenda paz, que te hace desear dormir y flotar a la deriva. Esperando a que te engulla el siguiente remolino.
El amor es eso, una emoción pura, confusa, verdadera, aterradora, fugaz y eterna. El amor lo vale todo, el amor lo es todo. Así que, ¿qué me dices? ¿Vienes?