lunes, 25 de febrero de 2013

Proyecto de Febrero: Fuera de lugar


c) Escena: Una fiesta de graduación. Elementos fuera de lugar: un tractor, un biberón y un sable.

Andrea estaba nerviosa, llevaba años esperando este momento. ¡Por fin iba a graduarse! Todo debía salir perfecto, tenía un vestido maravilloso, había ido a la peluquería y su madre había consentido en prestarle todo su neceser de maquillaje. Nada podía ir mal, ¿no? Bueno, excepto los dichosos zapatos de tacón que la hacían andar como si estuviese borracha y le producían un dolor de mil demonios. Daba igual, era su momento y pensaba disfrutarlo.
—¡Mamá! ¡Voy a llegar tarde! ¿Podemos irnos ya?
—¡Sí, sí! ¡Michael, Nico! ¡Por el amor de Dios, no os revolquéis en el suelo! ¡Con lo guapos que vais!
—¡Mamá! ¡Date prisa!
—Hala, vámonos.
—¡Aleluya!
Subieron los cuatro al coche: Andrea, su madre, Michael y Nico. A Andrea no le hacía ninguna gracia que tuviesen que venir, seguro que solo armarían escándalo. Para colmo de males Michael parecía incapaz de dejar de descargar mandobles al aire con su nuevo sable de juguete. El crío la pinchó, lanzando un penetrante grito de guerra.
—¡Estate quieto de una vez!
Andrea miró hacia atrás y Michael le sonrió con cara de angelito. Nico, mientras tanto, estaba ocupado bendiciendo todo el coche con el agua de su biberón.
—¡Mamá! Nico está poniendo todo perdido.
—Niños, parad quietos un ratito por favor.
Para cuando por fin llegaron Andrea se sentía a punto de estallar. Le había quitado el sable Michael, que ahora estaba enfurruñado, y Nico berreaba porque a él le había confiscado el biberón. Salió del coche deseando alejarse todo lo posible de esos críos insoportables.
—Hola Andrea.
Ella rió como una boba; era Nick, el guaperas del que andaban medio enamoradas todas las chicas de la facultad. ¡Y sabía su nombre!
—Ho...Hola.
—¿Qué haces con eso?
Andrea miró sus manos, en las que se encontraban los trastos de sus hermanos pequeños y se puso roja como la grana.
—¡Oh! Yo... No son míos... Es que...
—¿De tus hermanos?
—¡Sí!
—¡Qué ricos!
—Sí, ¡son adorables!
—Bueno, adiós, ya te veré luego.
—A...Adiós.
¡Qué vergüenza! Iba a matar a esos mequetrefes.
—¡Andrea!
Eran sus amigas. ¡Qué bien! Ya todo iría perfectamente. Se dirigía hacia ellas cuando tropezó con algo y cayó sobre una de las mesas de aperitivos. Agarró el mantel, que se vino abajo junto a ella, y cuando pensó que no había forma de que fuera peor, el rosado ponche la duchó, dejándola completamente empapada. Ya en el suelo y chorreando echó un vistazo al objeto causante de todo este ridículo. ¡Era un tractor de juguete! Sí, definitivamente, las cosas ya solo podían ir a mejor...

Sinister

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