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martes, 13 de enero de 2015

Una historia que vivir

Ella agarró su mano y tiró de él hacia la abarrotada pista de baile. Por una vez no se paró a pensar. Por una vez se limitó a vivir. Ni siquiera sabía qué pretendía. Pero lo hizo aun así. 

Él miró, incrédulo, aquellos dedos helados que ahora se enredaban en los suyos. Sin embargo se dejó guiar por esa sonrisa que tan a menudo le deslumbraba. Lo cierto es que la hubiera seguido a cualquier lugar sin dudar ni un segundo. Pero eso no era algo que jamás hubiera confesado en voz alta.

Ambos se perdieron entre la multitud, demasiado conscientes como para poder pensar, y, durante unos instantes, se quedaron inmóviles. Lo que tardó el corazón en silenciar al cerebro. Entonces él le devolvió la sonrisa y ya nada importó más.

La música retumbaba desde los altavoces, contagiando su frenético latido a la ondulante marea de gente. Las luces se deslizaban por el local, coloreando caras, personas y vidas. El humo se arremolinaba desde los rincones, sus blancos zarcillos rizándose hasta el techo. Dicen que incluso saltaron los detectores de humo y comenzó a llover.

Yo estaba allí, pero no lo vi. Tal vez estaba demasiado ocupada, perdida entre la gente, con una historia que vivir.

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